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    30 años del comedor de la esperanza

    Este año el comedor La esperanza del migrante de Las patronas cumple tres décadas de labor. Hace 30 años las hermanas Bernarda y Rosa Romero fueron a comprar pan y leche para el desayuno, en la pequeña comunidad de Guadalupe, en Amatlán de los Reyes, Veracruz; lugar mejor conocido como “La patrona”. En el camino de regreso a casa, Bernarda y Rosa se encontraron con el tren de carga y con la peculiaridad de que había personas arriba de él, estas les gritaron: “Madre, tenemos hambre”. Sin entender qué estaba pasando, las mujeres entregaron las bolsas de pan.

    Al llegar a casa le contaron lo sucedido a Leonila, su mamá. Después de investigar, se enteraron de que esas personas que habían visto no eran mexicanas, sino centroamericanas, y viajaban arriba del tren para evitar a las autoridades de migración y ser deportados a sus países de origen.

    Viajar sobre La bestia, como le dicen al tren, tiene riesgos: el recorrido dura días y bajarse de él para comprar más comida implica peligro, quedarse dormido o dormida también trae la posibilidad de caerse y ser aplastado o aplastada. Ante esta realidad, doña Leo, como se le conoce cariñosamente, les dijo a sus hijas que se organizaran: una haría arroz, otra haría frijoles y estarían atentas para cuando pasara el tren. Fue así como estas hermanas y su mamá comenzaron a aventar comida a las personas que pasaban en el ferrocarril en movimiento.

    Pronto se integraron más mujeres de la familia y de la comunidad. Con el tiempo, el número de participantes ha disminuido y la deserción se ha debido principalmente al machismo. Los esposos de estas mujeres no podían permitir que sus esposas hicieran de comer para otros hombres y además que pasaran tanto tiempo fuera de casa ayudando a personas que no eran de su familia.  Aunque la labor de estas mujeres, que ahora son conocidas como Las Patronas, es noble y muy necesaria, los obstáculos que han enfrentado han sido muchos. Las limitantes para su trabajo no solo están en casa sino también fuera de esta, teniendo presente la amenaza de ser acusadas de traficantes de personas o polleras, por dar ayuda humanitaria a personas que son consideradas ilegales.

    El viernes 14 y sábado 15 de febrero de este año tuvo lugar el gran festejo de sus 30 años de labor. Este magno evento estuvo lleno de talleres para infancias y personas adultas, así como conferencias y mesas de diálogo; y, claro, la música no faltó: los conciertos terminaron con la presentación del colectivo Conga Patria, agrupación de música jarocha que ganó un premio Grammy en el 2023. La fiesta del 14 de febrero terminó con un fandango amenizado por grandes músicos y de algunos que apenas vamos iniciándonos en el son jarocho, encuentro con el sello de Las Patronas, es decir, una fiesta familiar donde no importaba si eras músico virtuoso o no, lo importante era compartir y disfrutar.

    El 15 de febrero se llevó a cabo una misa oficiada por Monseñor Raúl Vera López y el padre Alejandro Solalinde, ambos activistas en pro de los derechos de las personas migrantes. Al terminar, caminamos al son de las jaranas junto a las vías del tren. Al llegar a la intersección de las vías, Norma Romero paró la caminata, se volteó al grupo y nos dijo que ese era un lugar muy especial para ella. Hace 30 años sintió la necesidad de ayudar al prójimo, así que se acercó a la iglesia, pero se encontró con un lugar donde no era bien recibida. De regreso a su casa se fue caminando por las vías mientras le pedía a Dios que le mostrara cómo ayudar. Entonces se encontró con el tren parado y personas gritando. Cerca de Córdoba, unos kilómetros atrás de ese punto unos hombres trataron de abusar sexualmente de una mujer, su esposo la quiso defender y los asaltantes lo apuñalaron cerca de las costillas, al querer bajarlo lo deslizaron por el tren, dos personas lo sostuvieron de los brazos y otro lo atrapó de los pies. Norma describe esta imagen como ver a un Cristo negro. Ella nos explicó que como mujer de fe la imagen que se le había enseñado era la de un Cristo güero, uno muy distinto a ella. Pero en ese momento estaba viendo a un Cristo cercano, parecido a su color de piel y muy humano. Para ella este fue el llamado de Dios para servir.

    Entre lágrimas Norma nos compartió lo difícil que ha sido seguir 30 años acompañando a las personas que se han visto forzadas a salir de su país. Pero expresó que lo más difícil de todo ha sido que, a pesar de que ahora ellas son conocidas internacionalmente, siguen experimentando la negativa de las personas de su comunidad, las cuales no están de acuerdo en que se les brinde ayuda a estas personas que son ilegales. Norma, entre lágrimas, nos repetía: “Lo que más me duele es la indiferencia, hay personas que no quieren ni voltearlos a ver y ellos son nuestros hermanos”. Para mí ahí está la esencia de Las Patronas, no importa si eres ganador de un Grammy, si estudias en la Ibero o si eres un migrante huyendo de la violencia de tu país, en ese lugar, en el comedor y albergue de Las Patronas que como un migrante dijo: “Si existe el cielo, aquí es”, ahí en ese pedacito de cielo todos y todas somos hermanas y hermanos, ahí todas las personas valemos lo mismo. La grandeza de Las Patronas está en voltear a ver al rechazado, servirle una rica comida y confirmarle que es humano. Porque, por increíble que parezca, no todas las personas valen igual: no es la misma experiencia de una persona blanca y europea o estadounidense que migra a la de una persona centroamericana de color.

    Podría escribir mil páginas compartiendo mi experiencia con estas mujeres, pero ahora quiero compartir mis reflexiones de este 30 aniversario: en una de las conferencias una persona dijo que migrar es parte de la vida y un acto tan natural que hasta las aves migran. Viéndolo así parece tan absurdo que les pidieran papeles a las mariposas monarcas para llegar a su refugio en Michoacán.

    Veo a estas mujeres y noto lo difícil que es sostener un proyecto por 30 años, este ha sido no solo un reto logístico, sino también personal. Estas amas de casa decidieron, además de hacerse cargo de sus familias, comenzar a cuidar a todo aquel viajero que necesitara un refugio. Para mí ellas representan a la madre que siempre nos recibe y nos cuida, lo que me trae la pregunta: ¿quién cuida a esas que nos cuidan?

    Te invito lectora, lector, que vayas a conocer el comedor de Las Patronas, el comedor La esperanza del migrante. Te invito a que ayudes a preparar los frijoles y el arroz, que te sientes en la mesa en la espera del grito “¡Ahí viene el tren!” para que salgas corriendo con bolsas de comida, estires la mano y le des alimento al hambriento, a la hambrienta y recuerdes que migrar es un derecho y ayudar es un deber. Termino compartiéndote esa décima de Fernando Árabe Guadarrama Olivera:

    Se vive un tiempo terrible,

    pobreza, injusticia y guerra,

    muchos se van de su tierra

    buscando un sueño imposible,

    afuera un mundo insensible

    los castiga y los rechaza,

    sufren lejos de su casa

    su incierto y triste destino,

    pero a un lado del camino

    gente buena los abraza…

    Gracias siempre Patroncitas

    por recordarle a este mundo

    que no hay bien más profundo

    que darle a quien necesita,

    la tierra en su voz nos grita

    que en suelo veracruzano

    siempre tendemos la mano,

    al exiliado, al viajero

    al amigo, al compañero,

    pues todos somos hermanos…

    Cumplimos con un deber

    nuestro y de muchas personas,

    al decirle a las Patronas:

    venimos a agradecer,

    por el enorme poder

    de su solidaridad.

    ¡Cada vez que su bondad

    da de comer a un migrante,

    en ese preciso instante

    se salva la humanidad!

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