Junto a la casa hay una primaria.
Hoy hicieron su festejo del 14 de febrero. Sí ya sé que se puede decir mucho de eso.
El asunto es que pusieron karaoke. Y hasta acá oigo no sólo cómo cantan, sino también cómo se aplauden, se gritan, ríen, se pelean por el micrófono.
La selección musical va desde Shakira, Zoé, otras cosas que no conozco (y la verdad qué bueno, porque qué pena) y hasta José José (sí, también ya sé, en una primaria) y nos habla un poco de la enseñanza del amor romántico y de dónde lo sacamos y cómo se lo transmitimos a las nuevas generaciones.
Es obvio que esas criaturas de entre seis y 12 años no escogen las canciones porque sí, las han escuchado en casa, las ven en una lista y la idea es que les han mostrado que son una expresión del amor, para la cuál no tienen elementos que les permita cuestionar si es la mejor o no.
Su soundtrack es bastante parejo, puras baladas de “te quiero”, “eres tú”, “mi media naranja” y esas cosas, para que pasen y canten unos, mientras otros andan correteando y gritando en el patio.
Las vocecitas infantiles, algunas bien seguras y otras ahí medio nerviosas y temblorosas, van entonando las estrofas y me dan una serenata bien particular mientras termino de desayunar y me preparo para salir.
A qué voy con eso, sí, qué lindo que canten, pero creo que la selección musical debería venir con una advertencia y yo hasta diría que con una charla, pero el festejo debería ir por el asunto de la amistad, más que por el amor romántico -tanto correspondido o no- porque pues apenas son unas crías que corren y se persiguen y están aprendiendo a relacionarse unos a otros y aprendiendo sobre los afectos hacia personas que no son de su familia.
Fuera de eso, qué bueno que les den chance de hacer festejos, sí se necesitan las clases, pero también esa socialización que se perdió por la pandemia y que apenas nos está dejando ver sus consecuencias.
A lo mejor hablo por la envidia de no poder estar en la fiesta, comiendo golosinas y correteando en la cancha o apoderándome del karaoke.