Pronto llegará el día del amor y, a diferencia de los últimos años donde en estas fechas me pregunto ¿qué significa el amor? o ¿estará mal que me emocionen los chocolates y las flores si es mercadotecnia?, esta vez han venido preguntas distintas y he pensado mucho en el trabajo. Sí… Por lejos que pueda parecer la relación entre el amor y el trabajo, existe un encargo cuyo pago es el amor. Y, como si no bastara con pagar el esfuerzo de alguien solo con amor, las condiciones de este parecen difíciles de creer: dura 24 horas diarias sin días de descanso; a pesar de que las actividades son varias, éstas son bastante monótonas (cada jornada hay que hacer los mismo), porque cada que se termina una tarea esta vuelve a estar en desorden y hay que a comenzarla de nuevo. Además, como si lo dicho fuera poco, este trabajo es invisible, porque parece que la única manera en la que las personas notan su existencia es si desaparece, lo que resulta en que carezca de aprecio.
Si todavía no se ha descubierto de cuál trabajo estoy hablando, puedo dar algunas pistas más: aunque no siempre se note, este es de una gran dificultad. Tanto, que las trabajadoras tienen que ser entrenadas desde niñas para realizar la labor a lo largo de toda su vida. Además, a pesar de que este es pagado con amor y no con dinero, representa el 26.3% del Producto Interno Bruto (PIB) de México (INEGI, 2024). Y como última pista les adelanto que el objetivo del trabajo es reproducir y sostener la vida. Así es, estoy hablando del trabajo de cuidar, el cual cuenta con distintas actividades como: trabajo doméstico, crianza, cuidado a bebés, personas enfermas adultas o adultos mayores, transporte a escuela y servicios médicos, preparación de alimentos, apoyo escolar, apoyo emocional, entre muchas más.
Otra de las cualidades de este trabajo es que recae sobre las mujeres. Datos de la Encuesta Nacional del Uso del Tiempo (ENUT) 2019 muestran que de las personas de 12 años o más las mujeres destinan 30.8 horas de su tiempo a realizar trabajo doméstico (no pagado o remunerado) para el hogar, mientras que los hombres del mismo rango de edad destinan 11.6 horas de su tiempo a realizar estas mismas actividades.
El que las mujeres pasen tanto tiempo haciendo trabajo de cuidados no remunerado las deja con menos lapsos para tener un trabajo donde ganen dinero. Aunado a esto, la situación laboral se complica para ellas, quienes son las principales cuidadoras de infancias o personas con diversidad funcional o alguna enfermedad donde otro cuidador (como el padre) está ausente. Muchas veces tienen trabajos de medio tiempo o en la informalidad, careciendo así de prestaciones y de un salario digno. La consecuencia de todo esto es que hay más mujeres pobres —de dinero, tiempo, recursos— que hombres.
El que, a diferencia de antes, ahora las mujeres podamos participar del mercado de trabajo no ha sido solo un beneficio. Ya que cuando una mujer sale al mercado a trabajar, al terminar su jornada laboral regresa a su casa, donde sigue cuidando a las infancias, limpiando y cocinando. Además del esfuerzo físico que implican las tareas domésticas, las mujeres tienen un extra: la carga mental de cuidar al otro y de organizar las tareas. Es así como el trabajo en la vida de las mujeres es de dobles y hasta triples jornadas: el trabajo de salir al mercado, el trabajo de cuidar, el trabajo de organizar, …
La persona lectora se puede preguntar: si este es un trabajo tan difícil y exigente ¿por qué los hombres no participan de la misma manera que las mujeres? Esto tiene que ver con que en nuestra cultura nos han enseñado que ellas, al tener la capacidad de gestar, son herederas naturales de los conocimientos y habilidades para cuidar; mientras que los hombres, al no poder embarazarse, carecen de la posibilidad biológica dicha labor.
Esta sobre carga trae distintos malestares en el cuerpo de las mujeres; sin embargo, como el trabajo de cuidar es invisible, las personas que lo realizan han sido invisibilizadas. Para el sistema que nos rige, el que las mujeres estén cansadas por ser las que más cuidan es problema de ellas, no del sistema. Es decir, en su lógica, si una mujer tiene dolor de espalda porque es la única que cuida todo el día a su hijo o hija, lo pertinente sería que tome un medicamento que le quite el dolor y le permita continuar con su carga laboral. En cambio, el sistema no nos permite darnos cuenta de que el problema está en él mismo y en quienes lo perpetúan y no en los cuerpos que se enferman.
Este menospreciar los malestares de las mujeres tiene su raíz en la historia de la salud y la enfermedad. Es sabido que cada cultura y cada época decide lo que será la enfermedad. Por ejemplo, en el primer Manual de Diagnóstico y Estadístico de los trastornos mentales (DSM) incluía la desviación sexual como un trastorno (Peidro, 2021). Hoy la ciencia nos muestra que esto es incorrecto y la última edición del DSM no cataloga la diversidad sexual como una enfermedad.
Las mujeres han sido protagonistas dentro de la historia de la salud mental. Desde la caza de brujas, pasando por las lobotomías, hasta llegar a la sobre medicalización actual. Cuando un cuerpo grita que algo en el sistema no funciona, el mismo sistema lo etiqueta como enfermo o loco.
Hace unos días vi una película gringa que se llama Canina (2024). Esta presenta la vida de una mujer cansada de cuidar a su hijo las 24 horas de todos los días mientras que el papá del niño viaja por trabajo o simplemente decide no cuidar. Una mujer triste porque dejó su trabajo como artista y ya no frecuenta sus círculos sociales para entregarse como madre dedicada, confundida por los grandes cambios que le están ocurriendo y su falta de posibilidad para controlarlos. Los malestares de esta mujer llegan a su momento cumbre cuando una noche se comienza a convertir en una fiera, hasta volverse una perra que sale por las noches a cazar y correr. A manera de sátira la película nos muestra a una fiera descontrolada, a una loca.
Las mujeres y la locura parecemos estar condenadas a estar juntas. Si las exigencias que el sistema nos hace, como el deber convertirnos en madre y estar presente, pero también ser una profesionista exitosa; además, ser delgada, bella y siempre complaciente para el otro. Si esto no logra llevarte al camino de la locura, entonces la locura te encuentra. La manera en la que nos han enseñado que debemos de ser las mujeres se parece a algunos malestares psicológicos: depresión, baja autoestima, codependencia y ansiedad.
En cuanto al trabajo de cuidar, hay estudios que hablan sobre la relación entre la sobre carga del trabajo de cuidar y el estrés laboral. Así que cuando pienso en que el pago del trabajo de cuidar es el amor, me pregunto ¿cómo es este amor? ¿cómo puede ser que el amor te lleve a sentirte cansada, triste, no apreciada?
Creo que el día del amor es un buen pretexto para preguntarme: ¿Con cuál amor le pago a esa que me cuidó y que me cuida? Porque parece que el amor con el que nuestra sociedad paga a esas que dan todo y más para cuidar, sostener y reproducir la vida es un amor que las lleva a la locura.
¿Te imaginas que el cuidar de alguien sea una labor reconocida, valorada y llena de gozo para quien cuida? A veces yo sí me lo imagino y me doy cuenta de que la repartición injusta del trabajo de cuidar no permite que esto se vuelva realidad. En tiempos de guerra el amor y el cuidado se vuelven más importantes. Es tiempo de disminuir la carga de trabajo a las mujeres, es tiempo de que los hombres también cuiden y que las mujeres no nos volvamos locas por amor, sino libres y plenas para amar.